Cinco Buenos Aires
I
Mi amor es este augurio destruido,
y la acumulación de voluntades
fáticas, si mi amor es mil edades
en este cuerpo solo y desvalido.
Mi amor, lo sé, te ha muerto y te ha vivido,
te ha echado hacia peor las soledades,
te ha escampado un cielo a tempestades,
te ha soltado y luego te ha seguido.
Soy yo -también- quien goza la desgracia
de la sorpresa diaria y olvidable,
soy yo quien sólo ostenta idiosincrasia;
soy yo este funesto hombre triste
de frente a su futuro miserable:
querré lo que rompí, y ya no existe.
II
Aquí la terca voz, la despreciada
noticia de una lágrima en el suelo,
aquí la fe insensata donde suelo
calmar mi vanidad, soltar mi espada;
aquí esta miseria irreprimible,
este desdén planeado, este soneto,
la métrica apremiante, el decreto
que avala el rey: el uno indivisible.
Aquí, aunque no muera, este suicidio
a punto de ocurrir, aquí el pasado
descomunal, las veces que el fastidio
me ha derribado el mundo, aquí la mierda
de no volver jamás a donde he estado;
aquí mi eternidad, mi muerte lerda.
III
Por esta escasa hombría han desmentido
partidas, alegrías, pretensiones,
drásticas palabras, correcciones,
toda esta soberbia. Han decidido
cortar por lo delgado mi desplante,
quitarle a esta fecha su ironía,
cambiar el calendario y dar al día
el velo de la inercia redundante.
Mas vos y yo sabemos con cuidado
que ahora y siempre iremos describiendo
posdatas que aprisionen nuestro pacto:
a vos te falta un beso que he olvidado;
carezco yo del sol amaneciendo,
de tanta plenitud, de tanto tacto.
IV
El límite no existe o he podido
cruzarlo con las letras que te nombran.
Son vanas pretensiones; si te asombran
-y acaso logro eso-, te has mentido.
Quizá crucé la arteria que ordenaba
mis bártulos y deba dar la vuelta;
quizá encontré tan fácil la resuelta
cuestión de fe que mucho nos amaba.
Ahora, echado al miedo, este olvido
imprescindible ha dado con mi casa
y raptará los hijos que he tenido;
yo moriré, ahora o cuando quiera,
y vos verás en mí un tren que pasa,
vehemente, por un andén cualquiera.
V
Antes, en el tren, hubo un principio.
Hoy ni hay después, ni hay todavía.
Hallé neón adonde debería
hallar otra llanura, pampa o ripio.
Antes, si es que hay antes, los diluvios
fueron desde aquí hacia el sustento
de otra soledad. Ahora hay vento,
plástico, metal, mechones rubios.
Nada, ni el recuerdo me ha quedado,
ni esa impunidad que tiene el frío
cuando no traerá el cielo despejado.
Nada, ni los sueños que he forjado
en el lugar que nunca será mío:
el Buenos Aires lento y desolado.
Autor: Bruno Cappello